Páginas

domingo, 3 de febrero de 2013

De hongos y caracoles

Hace años, tendría yo unos 13 si no recuerdo mal, la vida me llevó a ser madre adoptiva de un hongo del vinagre

No se quien ni como, alguien en clase empezó a hablar del tema y sin comerlo ni beberlo se convirtió en el hit del mes. Un hongo, en vinagre, lo se vaya freaks. 

La cosa era una auténtica guarrada ahora que lo veo con perspectiva; el jodido era una masa gelatinosa que adoptaba la forma del tupper donde lo metieras. Te esperabas unos días y flotando en vinagre de vino, del barato, el bicho crecía hasta tocar las paredes.

Con el tiempo salía una especie de réplica encima que podias coger con cuidado y regalar a algun amigo, asi es como todos terminamos con esa asquerosidad en casa.

Con que ilusión lo veía crecer cada día, ahora se que ese fue en realidad mi segundo contacto con mi instinto maternal.

El primero ocurrió mucho antes cuando, durante la EGB, un día de lluvia, cazamos caracoles en el patio y yo me quedé con uno tullido. Alguien lo había pisado y tenía toda la cáscara descuajaringada. Creedme, por mucha lechuga que le des a un caracol que alguien lo pise no tiene arreglo.

La visión de ese pobre limaco, sin cáscara, agonizando, me quitó las ganas de comer caracoles para siempre (plato que de pequeña, si los rumores son ciertos, me encantaba).

Ya se sabe, a ojos de una madre todos los hijos son guapos, incluso los hongos.


No hay comentarios: